Platón aparece afirmando que es claro hablar de la acción cuando se sabe, por medio del observador experto cuándo actuar y siempre buscando el Bien. Existe una tesis afirmando que nadie comete injusticia voluntariamente, pues el actuar voluntario descansa en el saber de la cosa[1]. Es así que sólo el saber puede valer como fundamento del actuar, teniendo siempre la idea del bien, cuya realización práctica sería abandonada al arbitrio revelando el saber sacado de la praxis.
La diferencia entre justicia voluntaria e involuntaria es un tanto superflua porque la tesis sobre la involuntariedad al actuar queda a salvo, pero por otra parte, el daño involuntario que surge puede ser considerado como injusto, pero la acción tampoco puede calificarse de voluntaria en el sentido de aquel que es hecho con conocimiento. Para Platón la acción aparece únicamente como función de una acción, por lo que el saber de la acción se limita a las convicciones fundamentales autenticas de las que se origina el propósito.
La fórmula de la identidad entre ignorancia e involuntariedad está muy estrecha con relación de una acción y una actitud. “a la mala acción corresponde un determinado saber, mientras que, por el contrario, la ignorancia que se disculpa restringe de manera muy decisiva”[2]. La brecha que separa tanto a Platón como Aristóteles, es con relación a la determinación del saber práctico sobre el criterio del actuar voluntario.
Según Aristóteles, la voluntariedad del actuar distancia en la acción y en el movimiento que tiene el origen quien actúa, dado que toda acción precisa de una causa. Por esto, la maldad reside en la ignorancia y esta conlleva a la involuntariedad sólo en la medida en que se refiere a las condiciones concretas de la acción.
[1] Cfr. ZENKERT, Georg. Praxis Filosófica; el saber Práctico y la vida teorética. Mayo 1997. Pág. 152.
[2] Ibíd. Pág. 153.
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